Frustración, tristeza, abatimiento, falta de autoestima, ansiedad, apatía son algunos de los sentimientos que afligen a muchos de nuestros mayores. Sentimientos producidos unas veces por la denominada «soledad social»; otras, por convertirse en los protagonistas, sobre todo en época de vacaciones, del abandono por parte de sus familiares en residencias, asilos ¡e incluso servicios de urgencias hospitalarias! Práctica esta última más frecuente de lo que pueda imaginarse —en especial en estos tiempos de crisis económica— y sobre la que ya escribía, allá por el año 2000, José Ignacio de Arana en su Diga treinta y tres. Anecdotario médico:
[...] familias que llevan en esos días hasta los servicios de Urgencia a los miembros ancianos y narran en la admisión alguna sintomatología lo suficientemente alarmante como para que los médicos decidan ingresar al viejo o por lo menos mantenerlo unas horas en la unidad de observación. Una vez conseguido este primer objetivo, y aunque pueda parecer increíble a muchos de mis lectores, los familiares sencillamente «desaparecen».
Al cabo de unas horas, o de unos días si el anciano quedó ingresado, cuando se intenta localizarlos para comunicarles que el paciente está en condiciones de ser dado de alta, es imposible dar con ellos: se han ido de vacaciones dejando en el hospital el «estorbo» del abuelo o la abuela; ya lo recogerán a la vuelta.
Con ser esta situación dramática, no voy a proponer castigar o multar a los actores de estas conductas, a mi juicio, repulsivas, emulando la reforma legislativa china de la Ley de Protección de los Derechos e Intereses de los Ancianos. Pero sí me gustaría invitarles a que, especialmente en estas fechas en las que se acusan más la pérdida y las ausencias de seres queridos, hagan lo posible por mitigar la sensación de soledad, de abandono de esos mayores regalándoles atención, cariño e ilusión. No cuesta nada.
¡Les deseo una muy feliz Navidad!